EL PERIODICO HA DICHO
Cruzó el corazón del madrileño barrio de `la Prospe´ y se reunió con su marido, Walter Sargenta, que había dejado de hacer unos portes ese día para encontrarse con ella. (Encuesta: ¿Crees que habría que favorecer a los emigrantes desahuciados?)
Antes de subir al despacho del notario de la calle Clara del Rey se tomaron un café juntos y repasaron los papeles. Walter apenas podía contener la emoción pues se trataba de la segunda vivienda que compraban en apenas dos años en España, la primera en Ciudad Real y ésta segunda en Madrid.
Era el año 2005. Entonces las cosas le iban bien a Maria Fernanda y Walter. Ella simultaneaba un trabajo fijo con la limpieza de otras tres viviendas y una oficina de Castellana. Él, hacía portes a empresas y particulares al mismo tiempo que impulsaba un pequeño negocio de mamparas industriales. Tan buenos tiempos corrían para el matrimonio (que aún no sobrepasaban la treintena) que decidieron adoptar a un niño ecuatoriano y traerlo a España. Y para colmar su alegría, España les concedió la nacionalidad española.
Pero en 2007, como por arte de magia, todo comenzó a torcerse con el inicio de la crisis. En lo que pareció un presagio de los turbios tiempos que se acercaban, María Fernanda, recibió malas noticias de su familia, afincada en un pueblo cercano a Quito. Su sobrina de corta edad había sufrido un accidente de coche y había fallecido. Meses antes, su madre había empeorado de una enfermedad crónica, lo que la obligó a viajar repentinamente a su país.
Paralelamente, a partir de entonces el trabajo empezó a irle de mal en peor a Walter. Ya apenas le salían portes en su furgoneta y los pedidos de mamparas se ralentizaron. Y ello lo obligó a cerrar su nueva empresa. Él, que no había parado de trabajar desde que vino a España en 2002, no aguntó estar todo el día de brazos cruzados, y entró en una fuerte depresión, que a punto estuvo de costarle el matrimonio. Entonces, se separó durante unos meses de Maria Fennanda y su hijo, aunque luego volvieron a unirse todos de nuevo.
Pero no acabaron ahí los contratiempos. A finales de 2010, la residencia de ancianos donde trabajaba la joven ecuatoriana decidió cerrar sus puertas y trasladarse a otro emplazamiento a las afueras de Madrid. La propietaria del centro le ofreció seguir trabajando en el nuevo centro pero con un sueldo más bajo, sin contrato y ampliando el horario. Ella lo rechazó y buscó nuevas casas para trabajar limpiando. Walter seguía en paro y sólo le salían trabajos eventuales de varios días.
El matrimonio se planteó en serio a partir de entonces volverse a Ecuador. Pero una enfermedad grave de su hijo, Jaime, les obligó a centrar todos sus esfuerzos por unos meses en él. Cuando el pequeño salió adelante, otro problema no menos difícil se plantó en su horizonte. Como no podían pagar el piso de Ciudad Real, el banco le embargó el inmueble y, por tanto, lo perdieron. En Madrid, la entidad CaixaCatalunya les permitió reducir la cuota hipotecaria del piso en el que vivían, hasta que finalmente no pudieron pagar nada y lo entregaron para saldar la deuda.
Se marcharon a un piso de alquiler barato y en condiciones de habitabilidad bastante dudosas hasta que el pasado mes de febrero decidieron que no les compensaba la mala vida en España y que estarían mejor en Ecuador. Y tras diez años de trabajo duro, de adversidades de todo tipo, de ruinosas inversiones en España, de ahorrar como hormiguitas y de envíos casi mensuales a su país de dinero y enseres básicos para ayudar a su familia de escasos recursos, los Sargenta emprendieron hace unos días la vuelta a su país de origen.
Y mientras Walter meditaba sobre su futuro en el vuelo que les llevaba de vuelta a Quito, ojeó el periódico y se enteró de la polémica política generada entre los gobiernos de Rajoy y Ecuador porque ambos se culpan de no estar haciendo lo suficiente con los miles de ecuatorianos que malviven en España por la crisis. Los dos mismos países, pensó con resentimiento Walter, que nunca les había ayudado ni a iniciar ni a sostener ese viaje a ninguna parte emprendido por él y su mujer hace diez años para labrarse un futuro mejor.
Y lo peor de esta historia es que es real.
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